sábado, 16 de enero de 2016

La historia de la toga

Las togas. Eso es lo que más impresiona a cualquiera la primera vez que pisa una sala de vistas. Su origen se remonta a la antigua Roma. Era el distintivo de cónsules, senadores, sacerdotes, y, por supuesto, de pretores, que era el nombre que entonces recibían los jueces.
Aquellas togas no eran negras, como las de ahora, sino blancas, con bandas de color carmesí tejidas en los bordes, y recibían el nombre de toga praetexta.
La togas negras que hoy llevan los jueces y magistrados, al igual que los fiscales, abogados, secretarios y procuradores, tienen su precedente en el traje oficial que utilizaban los ministros del Consejo de Castilla. Esta institución, creada en el siglo XIV, cumplía las funciones de órgano asesor del Rey y de un primitivo Alto Tribunal.
En 1814 el recién creado Tribunal Supremo de España estableció reglamentariamente su uso para todos los jueces y magistrados así como el del birrete, un gorro armado en forma hexagonal, de color negro y coronado por una borla –en España los jueces nunca han llevado peluca, como algunos erróneamente todavía creen-. En algunos países iberoamericanos, como la República Dominicana, todavía se mantiene la costumbre del birrete.
La función de la toga es la de proyectar respeto y autoridad tanto a las partes como a los espectadores presentes. Es una forma teatral de comunicar que lo que se está tratando en la sala tiene la máxima importancia.
Sin embargo, no todas las togas del mundo son iguales ni son negras. El rojo es el segundo color más utilizado, sobre todo en el Reino Unido de la Gran Bretaña. De ese país proceden las togas más coloristas.
Dependiendo de la jurisdicción, las togas son azules, verdes, rojiblancas (no a rayas rojas y blancas, sino de ambos colores), púrpura e, incluso, rosas. El tipo de peluca también varía según la importancia del tribunal.
¿Por qué esta tradición por la puesta en escena judicial, sobre todo en Gran Bretaña?. Tiene una explicación. Antiguamente la Justicia se administraba en nombre del Rey que, a su vez, “había sido elegido por Dios”, o eso se creía en aquel entonces. Para subrayar esa vinculación con la persona del monarca, los jueces se vestían como pequeños reyes, y lo rodeaban con un protocolo estricto de respeto dentro de la sala.
Cuando se produjo la Revolución estadounidense, allá por 1775, una de las primeras medidas de la nueva nación fue la de abolir el uso de las togas para las partes –fiscales y abogados- en las salas de vistas. Su utilización quedó reservado sólo para jueces. Estos, a su vez, dejaron de utilizar las pelucas y abandonaron las togas multicolores británicas a favor de otras simples y de un solo color, ya fuera negra o azul.
En Francia, donde en 1789 tuvo lugar otra revolución, por el contrario, los jueces no siguieron la senda estadounidense de la simpleza. Guardaron el estilo de sus togas. Togas negras, para tribunales inferiores, y rojas, para los superiores. Las de los magistrados del Tribunal de Casación llevan esclavinas de piel blanca o cuellos de piel de armiño. A pesar de que han pasado muchos años, todavía puede percibirse la conexión monárquica en la vestimenta judicial.
En España, la garnacha, como también se denominaba antiguamente a la toga, quedó suprimida de facto en el lado republicano en los primeros meses de la guerra civil, cosa que se prolongó hasta el final de la guerra. Los jueces y las partes celebraban los juicios “de civil”.
El desenlace de la contienda, a favor del bando nacional, reinstauró nuevamente la tradición del uso de la toga como traje de trabajo en la Administración de Justicia, Avanzados los años sesenta, el birrete, el gorro judicial, cayó en desuso, pero permaneció el de la toga, hasta la fecha.








No hay comentarios:

Publicar un comentario